viernes, 6 de mayo de 2011

Prólogo a la segunda edición de Tus zapatillas suenan a sexo (René Avilés Fabila)

En México, buena parte de la literatura hecha por jóvenes es la más atractiva, la novedosa. Es experimental en el mejor sentido del término y audaz. Está en busca de nuevos códigos, de un lenguaje distinto al impuesto por las generaciones anteriores y por supuesto a estructuras diferentes. Atrae al lector, todo es cuestión de que quien edite la obra, cuento, novela o poesía, tenga la inteligencia de saber que no basta publicarla, es indispensable promoverla. En esta situación los lectores tenemos el volumen de trece cuentos, Tus zapatillas suenan a sexo de Ricardo Cartas. Desde el título, hay logros, conquistas, y las necesarias dosis de buen humor, ironía y antisolemnidad para saber que no nos quedaremos dormidos con el libro en las manos. Ricardo, a quien conocí hace algunas lunas en Puebla y hemos seguido viéndonos, muy a su pesar, es un buen ejemplo de esta nueva literatura de búsqueda. Pese a la diferencia de edades, confieso que la llevamos bien, de edades y de amores literarios, aunque aquí no estamos tan distantes: a los dos nos gusta padecer nostalgias por las viejas vanguardias. Tenemos claro que todo atisbo de audacia o novedad, pronto se atora, envejece y termina por momificarse. A Cartas, le pegan los estridentistas y por ello, pienso, está en lo suyo, en el ultracostumbrismo que le encanta mencionar y que sólo él y sus cuates conocen o pueden definir y explicar. Si a uno le gusta el ultraísmo, el dadaísmo, el futurismo, el surrealismo o lo que sea, tiene que vivir con un pie en el pasado que fue vanguardia y otro en la imaginaria modernidad que poco ha logrado aportar y menos en México. Ricardo Cartas es un caso interesante, bajo su traje de académico, esconde su equipo de luchador, que a la menor provocación muestra con increíble sentido del humor. Así eran, por ejemplo, los surrealistas: uno los ve retratados muy serios y luego lee sus hazañas y desmadres, su ironía ante el mundo que los rodeaba (el primer acto surrealista es disparar el revólver contra una multitud) y ve que tenían doble o triple personalidad, salvo Dalí, para quien el surrealismo fue un pretexto para convertirse en millonario excéntrico y terminar sus días sin gracejos y por supuesto sin Gala (la perfecta esposa del hombre rico y exhibicionista): ambos lejos del movimiento que les permitió conocerse, del propio Paul Eluard, y manifestar su amor por el billete verde y las ideas políticas reaccionarias.

Conocí en México, DF, a casi todos los estrindentistas, llevé especial amistad, porque era muy amigo de mi padre, con Germán List Arzubide. Maples Arce y Arqueles Vela fueron amigos y maestros de mi madre. Son leyenda. Pero a mí (dizque ondero según la definición de Margo Glantz) sus consignas me parecían distantes. Viva el mole de guajolote me sonaba como anuncio de mole doña María. Pero respeté el mundo que crearon y la larga lucha que sostuvieron, infatigables, por sus principios, entre los cuales estaba detestar a los Contemporáneos, a quienes veían como puros maricones. En respuesta, los distinguidos miembros de este grupo que sólo tuvo puros exitosos (en especial Novo, Pellicer, Villaurrutia y Gorostiza), señalaban que los estridentistas todos eran malos poetas. Rubén Bonifaz Nuño, suele decir, que ambas formaciones literarias tenían razón.
Las vanguardias tiene muchas ventajas, la primera es que asustan al prójimo, lo aterran y lo irritan, pocos las comprenden. Son para una élite. La otra es que saben que van a morir, a convertirse en clásicas, lo que en su juventud rechazaron. La última es que sacuden el polvo que cubre las viejas ideas y los paradigmas que siempre se sienten instalados en la eternidad. Por fortuna, Ricardo Cartas lo sabe y en sus pláticas uno descubre que, por ejemplo, tiene muy claro que en las luchas todo está arreglado, como en la política mexicana. Así que la vanguardia en la que se ha instalado, el ultracostumbrismo, tendrá éxito y luego desaparecerá en los archivos del mar Muerto, es decir, en una biblioteca tediosa y quizá bella.

Cartas, con su juventud a cuestas, se ha hecho ya dueño de una sólida reputación literaria que confirma con sus conocimientos de lucha libre. Alguna vez le señalé una máscara plateada pequeña y dije casi seguro: la del Santo, ¿verdad? No, repuso, la del Místico. He leído sus relatos y todos son excelentes, a mí, cuentista por vocación y obra, me gustan, me entretienen y divierten, incluso, hasta me enseñan, aquello que pedían los clásicos del Siglo de Oro. En este libro, como en cualquiera de relatos, hay preferencias, El que le da título al libro me gustó mucho, como “El origen de la soledad” y con otros, “La noche de Karmatrón” y “Escuchando a Ninón”, me reí sin parar. Todos capturan, atraen, lo que es una virtud ante el regreso de las nuevas generaciones a la seriedad y a una suerte de formalidad antipática, todo para hacernos creer que hacen una literatura cosmopolita. Para qué doy ejemplos. No quiero más odios.
Ricardo Cartas, el Cartas como le dicen sus amigos, sabe narrar con notable habilidad, de muchas manera tiene una máquina como de ciencia-ficción, que atrapa las mentes de sus lectores. Uno escucha la orden sígueme y se ha perdido la voluntad, el libre albedrío y los deseos de leer a los santones de la literatura, que, por cierto, son de total hueva. Esto, es una ventaja, que cada relato te obligue a seguir y a pasar al siguiente. Algunos son intensos, conmovedores. Uno de ellos es “la vida es una jodida broma”. Ante una pequeña tragedia, el narrador se siente acosado por la inmortalidad de Borges, achicado, diría el propio escritor porteño. O quizá sea mejor pensar en que la gloria de los héroes no invalida ni minimiza las desventuras de otros. Dudo que Cartas haya tenido intenciones moralizantes, imposible, pero la vida y más el arte, tienen caminos insospechados. Que un europeo nos vea con interés exótico y sepa más que nosotros es normal, que nos entienda, nunca. La lista de grandes escritores que aquí han hecho libros memorables es larga. Pero muy a su pesar, al mezcal o a la cantidad de mole que hayan ingerido, como a los gringos, les resulta imposible atinar, saber qué somos o qué pensamos, para qué carajos estamos aquí. En los últimos años, algunos se han conformado con leer a Octavio Paz sin pasar por Samuel Ramos ni asomarse a Rubén Salazar Mallén y de este modo imaginan conocer al mexicano y lo mexicano. Al revés, los nacidos en esta patria morena y cursi, todo es fácil porque desde niños nos dieron historia universal, como para prepararnos un relativo ingreso en el primer mundo. Recuerdo que cuando llegué a París a estudiar el posgrado, los biznietos de los franchutes que padecieron una lección en Puebla, se asombraban de lo que yo sabía de su país, mientras que ellos nada sabían sobre el mío. Ni siquiera que Black Shadow había perdido la máscara a manos del Santo y que Blue Demon no pudo reponerse de la tragedia.
Pero me estoy poniendo solemne y el libro de Ricardo Cartas no la admite, al menos en sus formas más convencionales. Los personajes, sus héroes de bolsillo o mejor dicho, sus antihéroes, están muy logrados, los diálogos son veloces, como topes voladores de algún luchador eficaz y rudo. En “Maldecida” hay mucho de lo que digo: un lenguaje poco denso, espléndido y una historia grata, que destila ironía y dobles ideas. Cartas seleccionó como título del libro, el mismo nombre que le puso a su cuento “Tus zapatillas suenan a sexo”, imagino que aparte de ser un título afortunado, atractivo, se lo dio a la obra total porque lo considera buen relato. Tienes razón, es un texto construido como novela o con secuencias rápidas que mezclan de manera satisfactoria el diálogo y la narración. Es sin duda, uno de los mejores cuentos del libro.
Pero he hablado del Ricardo Cartas que medio conozco, de sus cuentos y los que más me llamaron la atención, así que como que llegó el momento de que cada lector sepa de sus historias, las haga suyas, diga cuál le gusta más y cuál menos o si le parece que todas tiene intensidad semejante. Es un libro notable que vale la pena leer. De cuantos escritores jóvenes conozco (y conozco bastantes a través de concursos, talleres y cursos, que me tocan), es de lo mejor, de lo más sólido: un escritor que ya trabaja con plena madurez y dominio de la literatura. Buena onda como amigo, espléndido compañero de aventuras nocturnas, buen funcionario universitario y ameno profesor, Ricardo Cartas muestra su mejor faceta, la del narrador. Con Tus zapatillas suenan a sexo (idea que me inquieta positivamente) ocupa un sitio destacado en las jóvenes letras mexicanas.

Sobre Los Suplicantes, René Avilés Fabila

Novela inquietante y novedosa. Los suplicantes de Ricardo Cartas, brilla por sus personajes y una trama inteligente. El escritor describe un mundo con frecuencia sórdido, de prostitutas, bares, tragos y reventones, que oculta algo mucho más profundo y sorprendente. La acción ocurre en una ciudad imaginaria, Perla, donde “tiran la piedra y esconden la mano”, es decir, donde reina la hipocresía. Sin embargo, bajo la superficie, hombres y mujeres desarrollan una vida intensa que quebranta los valores establecidos para darle sentido a su existencia. Julio, Medina, Ninón, Lulú, El Gordo, el Máster, Pérez, Teodoro, son algunos de los personajes que deambulan en un ambiente entre divertido, erótico y destructivo que tiene, desde luego, una intención crítica.


La prosa es aguda, las situaciones novedosas, los diálogos rápidos e incisivos. El narrador es capaz de meterse en un cuerpo femenino o en uno masculino con inteligencia y hacerlos verosímiles. El desenlace de la obra es intenso e inesperado: es el “entierro de los muertos” que hace un giro y nos regresa al hedor del principio, Perla pierde la inocencia, acaso fingida, y se hace cementerio enigmático.
                Hay en Ricardo Cartas un notable sentido del humor que oculta tragedias e inquietudes poco frecuentes. Los Suplicantes son los mismos personajes; los hay audaces y coléricos, rencorosos y malvados, asimismo existe una asombrosa y magnífica ligereza erótica en algunas mujeres.
                La presencia de la cinematografía nacional enriquece la novela. El argumento atrapa: personas que buscan su destino, titubeantes, hurgando en los bajos fondos de Perla, tratando a los misteriosos apóstoles que celebran ritos que desconciertan o mueven a risa. Matar a Pérez es uno de los objetivos para desentrañar no sólo los atroces secretos de la Ciudad de Perla sino para poner al descubierto más sus defectos que virtudes.
                Señalemos una característica del novelista: su asombrosa calidad y enorme capacidad de narrador, primer requisito de un buen prosista: cautivar al lector, no permitirle cerrar el libro. Hacía tiempo que no me encontraba un libro que me atrajera completamente, una novela novedosa, ácida, pesimista, que propone una nueva línea narrativa, original, lejos de las fórmulas que en México han dejado de funcionar.






Los suplicantes, de Ricardo Cartas, Arcenia Soriana

Ricardo Cartas, joven escritor de dos libros de cuentos: La noche de Karmatrón y Tus zapatillas suenan a sexo, dio a conocer en el mes de mayo pasado su primera novela titulada Los suplicantes.
                Acercarse a ella no es tarea inocente, pues luego de conocer los antecedentes de corte “Ultracostumbrista” del autor, esperamos un texto de naturaleza exploratoria o reveladora de una cultura, condimentado con humor, ironías y una prosa trabajada. Afortunadamente corremos con suerte, y así lo vemos desde el primer capítulo, en el que encontramos el inicio y final de la historia. Pero hay algo interesante, no estamos ante la novela que va dando pistas prontas que nos ayudan a comprenderla; en este caso, encontramos que nuestra técnica de lectura debe estar acompañada por la paciencia, pues entre un capítulo y otro aparentemente no encontramos una relación explícita, o cuando menos así es en las primeras partes de la novela. Poco a poco vamos descubriendo que la lógica de la historia corresponde al aspecto cronológico. Así que tenemos dos tareas: entender la historia y descubrir la complejidad de los personajes.
                Debemos de destacar que, más que de historia, se trata de una novela de personajes. La historia es un aspecto brumoso que sólo sirve de marco para el desarrollo de sus habitantes. Tan es así, que “Ciudad Perla”, el lugar en el que suceden las acciones, también es un personaje que se encuentra en medio de una transición importante. Metáfora del título, los personajes aspiran tener una historia y ser el centro de ella. El valor del relato radica en la intención de construir personajes redondos. Este aspecto es sin duda el más importante, no sólo hay una historia, sino la historia se conforma a partir de la vida de cada personaje. El gran logro de Cartas es este, desarrollar completamente a los personajes en el contexto de una sociedad y una cultura de la hipocresía, las jugadas bajo el agua y la traición.
                Otro aspecto destacable de este libro es el manejo del principal referente: “Ciudad Perla”, pues si el lector logra la asociación, comprenderá a Los suplicantes, como una novela que explora las formas socioculturales que se expresan en sus habitantes.
                El lenguaje es sórdido, reacio y fuerte, pues tales son las condiciones en el carácter de los habitantes para permanecer en su realidad y soportarla.
                Como se ve. Los Suplicantes piden y dan su propia historia para conformar el mundo de Perla.

Los suplicantes, de Ricardo Cartas, por: Patricia Gutiérrez-Otero y Javier Sicilia

Intensa prosa, tumultuosa, con frecuencia caótica, a veces descuidada, que, como medusa, atrapa: la belleza no es pura, está vida, como la verdad. En Los suplicantes (BUAP. Colección Asteriscos, 2008, 199 pp.)
Ricardo Cartas, joven escritor nacido en el año de gracia de 1978, autor de La noche de Karmatrón y Tus zapatillas suenan a sexo, e integrante del movimiento ultracostumbrista (www.unatheta.com), nos ofrece una novela corta que promete mucho. Además de cautivar la atención del lector, quien debe sortear el “no saber” en que el autor lo suspende con gran maestría y con múltiples guiños, y de evitar cerrar el libro a causa de, para algunos, la crudeza del mundo que devela y en la que, al inicio, Ricardo parece regodearse, Los suplicantes nos confrontan con la realidad del poder meternos de lleno en sus entrañas: desde el poder físico y sexual hasta el más terrible: el poder que se busca, se recibe, se actúa, y envuelve como una gran telaraña.
                Perla –aliteración de la ciudad a la que posiblemente se refiere, sin dejar de ser un lugar de ficción-, es una ciudad de ángeles y apóstoles y mafias y prostitutas y seres a los que el poder atrae y avasalla. Es un lugar emblemático de la corrupción. Eso, el autor no nos lo dice en las primeras páginas ni en las de en medio, quizá él mismo no lo descubre hasta el final. Las escenas son fuertes y huelen mal, los personajes, Bizuras, el Máster, Ninón, Julio/julia, los otros, se bosquejan al hilo de la narración: nunca se muestran totalmente. En esta novela un halo de pesimismo indica que todo es pantano del que nadie sale, ni siquiera el Bizuras. Los diálogos a veces confusos, como con frecuencia lo es, son inquietantes. Las situaciones de un bajo mundo que queremos  ignorar no son irreales: nos plantan ante algo que permanece en lo obscuro, como la ciudad en la que se vive una doble moral: Perla (de los ángeles).
                En realidad, la novela nos sorprendió por su factura imperfecta y real: lealtad a ella misma y a lo que los personajes viven; por el sobresalto de un capítulo a otro, la rapidez y el misterio de la narración (“la posibilidad de que todo lo que había pensado de los apóstoles pudiera desmoronarse”): por la profundidad de su crítica ante un estado de cosas, ante una realidad que se impone es esa ciudad aparentemente angelical: “había mucha mierda que les quemaba por dentro”; por su crítica política (en el correcto sentido del término) ante un mundo de poder en que, parafraseando a RIUS, coexisten en el mismo ser los súper y los agachados: “Un suplicante no se conserva en el poder solo, siempre necesita que alguien esté dando órdenes arriba, es un eterno juego de ajedrez, nosotros movemos las piezas, pero alguien nos mueve a nosotros […], un juego de titiriteros” (frase que no puede dejar de hacernos pensar en el caso de gober-precioso/kuri/Nacif/Calderón). Todo esto, en un ritmo vehemente, nos permite decir que es Los suplicantes vale mucho la pena ser comparada y leída. Es el grito crudo de un hombre ante una situación sin salida: “Quieres decir que hemos tirado nuestra vida a la mierda por mentiras”.
                Felicidades a Ricardo Cartas por su calidad, valor y honestidad.
                Además, opinamos que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se libere a los prisioneros de opinión, se limite el entrometimiento de las transnacionales en México, se investigue el crimen contra niños y mujeres en el país, se detenga la guerra sucia en Chiapas, se discuta a fondo el problema del Petróleo.

Revista Siempre! 3 de agosto de 2008, no.2877