viernes, 15 de julio de 2011

Una reseña de las Zapatillas, por Roberto Corea Torres



Por las implícitas e inherentes necesidades ¿orgánicas?, ¿instintivas?, ¿placenteras?, ¿curiosas?, de todo joven en edad de merecer, quien esto escribe, en sus años mozuelos, no hace tanto eh, tuvo la inédita experiencia de descubrir en la jungla colonial de esta dichosa urbe angeloide, el bar “Violentas”, como lo califica Ricardo Cartas en este su libro de cuentos Tus zapatillas suenan a sexo –ya en segunda edición-, porque el verdadero nombre de pila, del bar por su puesto, era Violetas, sólo que “los múltiples sillazos en cabezas de todo tipo, más las gotas de sangre embarradas en las paredes y la habladuría de os vecinos (dicen que cada noche, por lo menos, sale un cristiano con el coco ensangrentado), hicieron que entre los clientes bautizaran al antro con ese adjetivo más apropiado”. Y sí, en cierta medida el lugar encierra en su feudo lo que narra el autor.
                El bas de marras aquí referenciado, es complemento vital del relato La noche de Karmatrón, uno de los trece cuentos que componen Tus zapatillas suenan a sexo, del ya mencionado Cartas, “funcionario universitario y ameno profesor”, según las palabras del escritor chilango René Avilés Fabila, y se desarrolla en un ambiente de putas y luchadores, en donde prostíbulo y hotel de poca monta reavivan una atmósfera clandestina de una ciudad que de pronto se cree pura y santa ero conocida por los hombres de Puebla. Nadie se ha muerto por ir a un burdel ¿o sí? Por lo pronto una madrina sí se habrán llevado, y ésta es un poco relatada por las palabras del Cartas –así se conoce al narrador en el argot de kis escritores-, quien con desenfado y cierta ironía da cuenta de kis avatares de ciertos personajes que habitan algunas zonas de la angelópolis, no sólo en este cuento de luchadores sino que también en Equinoccio, hasta cierto punto una suerte de apología de la “bestia lanza espermas” de nombre Raúl, pero además la memoria nostálgica del hombre divorciado de su mujer Marcela, quien aparentemente curado de la mala relación matrimonial busca en otras mujeres los bálsamos necesarios para paliar la derrota sentimental, acaso vengar de cierta forma el género.
                La prosa de Ricardo es clara, franca, a veces me llega a recordar al infrarealismo de Arturo Belano en Los detectives Salvajes de Roberto Bolaño cuando no se detiene ni un ápice para nombrar las cosas y los asuntos como son, crudos, naturales, exentos de ornamentos, para nada oblicuos, como si con ello ejerciera la gran carga de rebeldía de un autor por dilucidar un entorno hipócrita del lenguaje, como queriendo decir –presumo hasta demostrar-:miren lectores esto es así y así se dice, no le tengan miedo al hablado ni a las situaciones de los seres humanos que se esconden o se muestran casi siempre atemperadas, yo se los cuento como lo siento, sin dejar de lado sus oscuros territorios.
                No se trata de aportar violencia lingüística sino contar diáfanamente, mostrar aquello que de pronto nos causa cierto choque, con un tono en el lenguaje a veces ácido, provocando, donde tripas y vísceras de las anécdotas no nos trasladan, digamos a pensamientos limpios sino más bien a lo grotesco, a lo retorcido.
                Parece que Ricardo, engarzado a la querencia con las vanguardias literarias, la de los estridentistas para ser más preciso, se interna pleno de intenciones desfachatadas en sus creaciones, lo platica Avilés Fabila en la presentación del libro, “está en lo suyo, en el ultracostumbrismo, que le encanta mencionar y que sólo él y sus cuates conocen o pueden definir y explicar”. Me pregunto que será ultracostumbrismo: ¿ña rutina magnificada y expiada a través de las palabras?, ¿la diatriba del lenguaje para expresarse pasando sobre las solemnidades?, ¿el encomio de las vulgaridades en el accionar de los humanos que todos estamos propensos pero que siempre tratamos de ocultar? No lo sé, amén de los apodos o títulos con que quieran nombrarse los autores, más allá de los implícitos movimientos revolucionarios dentro de la literatura, el lector de cuentos agradecerá siempre la eficacia narrativa, disfrutará las historias divertidas o no, pero entretenidas, cual es el caso de Tus zapatillas suenan a sexo, Cartas aquí se muestra como un autor que siembra avidez en sus seguidores, tiene dominio de la anécdota, pulsión por echar desmadre cueste lo que cueste, atrevimiento para internarse a lo erótico-porno sin detrimento del asunto estético y gobernar con soltura las historias de personajes extraídos de los infiernavit, de las comunidades clasemedieras llevando a quien lo lee hasta el término y dejándolo con buen sabor de boca con la expectativa de encontrárselo nuevamente.
                No por nada dos reconocidos narradores, como lo son el ya multicitado Avilés Fabila y el ucrónico Óscar de la Borbolla dan la bienvenida a Ricardo Cartas, convergiendo ambos en la opinión de que con los cuentos contenidos en Tus zapatillas suenan a sexo, se enfrentaron a textos escritos con soltura pero con intensidad. Cada uno de ellos tienen sus cuentos sus cuentos preferidos, personalmente a mi me atraparon Escuchando a Ninón, relato que abre boca y se convierte en manual terapéutico de una aprendiz de puta, quien se hace amante de Pérez, un tipo que sí sabía se mujeres y por tanto seduce a Ninón, la ninfeta nada perezosa que en la búsqueda de descubrimientos sexuales y los respectivos dividendos que deja soltar prenda a quien le conviene, explora la sexualidad mientras Cartas desplaza el itinerario en una inventada Ciudad Perla y Cuba proveyendo de situaciones bastantes subidas de tono –ya dije que la forma de narrar obedece a lo frontal, a lo insurrecto- con el propósito de evitar ka forma correctísima y mesurada para entrar en los terrenos  de la provocación y desde ahí rascar el humor y sacarle risas al más pintado.
                Me gustó también Tus zapatillas suenan a sexo, que da título al libro, por la interacción de los personajes, pero cómo Ricardo hace suscitar el encuentro carnal entre Ulises y Beti en una atmósfera plagada de domesticidad, de vida diaria, de luchadores, de familiares, aplicando el lenguaje cual es, nombrando, enganchando, poniéndolo al servicio de las imágenes, dando como resultado una historia que sacude un poco nuestra destartalada realidad.
                Tus zapatillas suenan a sexo proporciona además de entretenimiento la inmersión a los vericuetos sensuales incrustados en la cotidianidad, a los itinerarios de temáticas que se insertan en el atrevimiento a ver las otras aristas del ser, con desparpajo y con gusto.

(Revista Momenti, año XXVI, no. 1325, 7 de julio de 2011)

lunes, 9 de mayo de 2011

La noche de Karmatrón de Ricardo Cartas, Ignacio Trejo Fuentes

Más de una vez he dicho que la camada más reciente de narradores tiene una fuerza enorme. Los autores de todo el país escriben con desparpajo, arriesgan, no temen a las posibles caídas. Recientemente me ocupé de Adolfo Vergara Trujillo, y ahora lo hago de Ricardo Cartas Figueroa y su libro La noche de Karmatrón.


            Es la primera noticia que tengo de este autor, nacido en Puebla en 1978. Y sí, lo primero que llama la atención es su arrojo para contar cosas que quizás otros considerarían intrascendentes, poco literarias. Pero cuando Cartas Figueroa le entra al toro y creo que le va muy bien. Las historias de este narrador tienen lugar en la provincia, en Puebla y en Juchitán, con gente de allá y todo lo que eso conlleva: por fortuna hace mucho tiempo que la capital del país ha dejado de ser generadora principal de asuntos literarios. La historia que da título al volumen narra las andanzas de un luchador de segunda que, cuando tiene por fin la oportunidad de ser estelar sufre una paliza en el ring y luego una más pesada fuera de ahí, propiciada por una chica de la vida galante que le interesa y a quien se ha propuesto conquistar. Otros textos tienen como protagonistas a jóvenes que se ligan a turistas mucho más grandes; o a personas asimismo jóvenes que enfrentan la muerte antes de tiempo; algunos contienen sabrosos triángulos sexuales; unos más son sostenidos por escritores, por asesinos…en fin, gente con las características más disímiles y, sin embargo, interesantes.

            El relato que cierra el libro, “Al sur (y de regreso)”, es casi una noveleta, y es sin duda lo mejor del conjunto. Un joven poblano se va de vacaciones a Juchitán, donde se involucra en situaciones casi oníricas aunque en el fondo son tan reales como la vida misma. El encuentro con una prostituta, por ejemplo, se vuelve delirante, pero la presencia más llamativa en ese nudo de personajes alucinantes es la Ciudadana, una tehuana que además de su vestido típico usa tenis, y organiza fiestas espectaculares en las cuales seduce a quien le da la regalada gana. Eso sería por sí mismo atractivo, pero las cosas que atestiguamos a través de los ojos del narrador son impactantes. ¿No lo es un asesinato por decapitación que ocurre cuando el que se creía novio oficial de la Ciudadana la encuentra haciendo el amor con un soldado a quien ella había sacado de la fiesta? Es una historia truculenta, llena de violencia. Y no obstante, en medio de tanto desorden, de tanta furia, es posible toparse con momentos plagados de ternura, de inocencia y, principalmente, de humor. El último representa una de las mayores cualidades del autor, porque se hace presente aun en medio de circunstancias dolorosas, terribles.
            Ricardo Cartas Figueroa cuenta las cosas con enorme soltura, de manera directa, fresca, y no dudo que sus libros por venir darán mucho de qué hablar.

Revista Siempre, no. 2587, enero 15 de 2003

viernes, 6 de mayo de 2011

Prólogo a la segunda edición de Tus zapatillas suenan a sexo (René Avilés Fabila)

En México, buena parte de la literatura hecha por jóvenes es la más atractiva, la novedosa. Es experimental en el mejor sentido del término y audaz. Está en busca de nuevos códigos, de un lenguaje distinto al impuesto por las generaciones anteriores y por supuesto a estructuras diferentes. Atrae al lector, todo es cuestión de que quien edite la obra, cuento, novela o poesía, tenga la inteligencia de saber que no basta publicarla, es indispensable promoverla. En esta situación los lectores tenemos el volumen de trece cuentos, Tus zapatillas suenan a sexo de Ricardo Cartas. Desde el título, hay logros, conquistas, y las necesarias dosis de buen humor, ironía y antisolemnidad para saber que no nos quedaremos dormidos con el libro en las manos. Ricardo, a quien conocí hace algunas lunas en Puebla y hemos seguido viéndonos, muy a su pesar, es un buen ejemplo de esta nueva literatura de búsqueda. Pese a la diferencia de edades, confieso que la llevamos bien, de edades y de amores literarios, aunque aquí no estamos tan distantes: a los dos nos gusta padecer nostalgias por las viejas vanguardias. Tenemos claro que todo atisbo de audacia o novedad, pronto se atora, envejece y termina por momificarse. A Cartas, le pegan los estridentistas y por ello, pienso, está en lo suyo, en el ultracostumbrismo que le encanta mencionar y que sólo él y sus cuates conocen o pueden definir y explicar. Si a uno le gusta el ultraísmo, el dadaísmo, el futurismo, el surrealismo o lo que sea, tiene que vivir con un pie en el pasado que fue vanguardia y otro en la imaginaria modernidad que poco ha logrado aportar y menos en México. Ricardo Cartas es un caso interesante, bajo su traje de académico, esconde su equipo de luchador, que a la menor provocación muestra con increíble sentido del humor. Así eran, por ejemplo, los surrealistas: uno los ve retratados muy serios y luego lee sus hazañas y desmadres, su ironía ante el mundo que los rodeaba (el primer acto surrealista es disparar el revólver contra una multitud) y ve que tenían doble o triple personalidad, salvo Dalí, para quien el surrealismo fue un pretexto para convertirse en millonario excéntrico y terminar sus días sin gracejos y por supuesto sin Gala (la perfecta esposa del hombre rico y exhibicionista): ambos lejos del movimiento que les permitió conocerse, del propio Paul Eluard, y manifestar su amor por el billete verde y las ideas políticas reaccionarias.

Conocí en México, DF, a casi todos los estrindentistas, llevé especial amistad, porque era muy amigo de mi padre, con Germán List Arzubide. Maples Arce y Arqueles Vela fueron amigos y maestros de mi madre. Son leyenda. Pero a mí (dizque ondero según la definición de Margo Glantz) sus consignas me parecían distantes. Viva el mole de guajolote me sonaba como anuncio de mole doña María. Pero respeté el mundo que crearon y la larga lucha que sostuvieron, infatigables, por sus principios, entre los cuales estaba detestar a los Contemporáneos, a quienes veían como puros maricones. En respuesta, los distinguidos miembros de este grupo que sólo tuvo puros exitosos (en especial Novo, Pellicer, Villaurrutia y Gorostiza), señalaban que los estridentistas todos eran malos poetas. Rubén Bonifaz Nuño, suele decir, que ambas formaciones literarias tenían razón.
Las vanguardias tiene muchas ventajas, la primera es que asustan al prójimo, lo aterran y lo irritan, pocos las comprenden. Son para una élite. La otra es que saben que van a morir, a convertirse en clásicas, lo que en su juventud rechazaron. La última es que sacuden el polvo que cubre las viejas ideas y los paradigmas que siempre se sienten instalados en la eternidad. Por fortuna, Ricardo Cartas lo sabe y en sus pláticas uno descubre que, por ejemplo, tiene muy claro que en las luchas todo está arreglado, como en la política mexicana. Así que la vanguardia en la que se ha instalado, el ultracostumbrismo, tendrá éxito y luego desaparecerá en los archivos del mar Muerto, es decir, en una biblioteca tediosa y quizá bella.

Cartas, con su juventud a cuestas, se ha hecho ya dueño de una sólida reputación literaria que confirma con sus conocimientos de lucha libre. Alguna vez le señalé una máscara plateada pequeña y dije casi seguro: la del Santo, ¿verdad? No, repuso, la del Místico. He leído sus relatos y todos son excelentes, a mí, cuentista por vocación y obra, me gustan, me entretienen y divierten, incluso, hasta me enseñan, aquello que pedían los clásicos del Siglo de Oro. En este libro, como en cualquiera de relatos, hay preferencias, El que le da título al libro me gustó mucho, como “El origen de la soledad” y con otros, “La noche de Karmatrón” y “Escuchando a Ninón”, me reí sin parar. Todos capturan, atraen, lo que es una virtud ante el regreso de las nuevas generaciones a la seriedad y a una suerte de formalidad antipática, todo para hacernos creer que hacen una literatura cosmopolita. Para qué doy ejemplos. No quiero más odios.
Ricardo Cartas, el Cartas como le dicen sus amigos, sabe narrar con notable habilidad, de muchas manera tiene una máquina como de ciencia-ficción, que atrapa las mentes de sus lectores. Uno escucha la orden sígueme y se ha perdido la voluntad, el libre albedrío y los deseos de leer a los santones de la literatura, que, por cierto, son de total hueva. Esto, es una ventaja, que cada relato te obligue a seguir y a pasar al siguiente. Algunos son intensos, conmovedores. Uno de ellos es “la vida es una jodida broma”. Ante una pequeña tragedia, el narrador se siente acosado por la inmortalidad de Borges, achicado, diría el propio escritor porteño. O quizá sea mejor pensar en que la gloria de los héroes no invalida ni minimiza las desventuras de otros. Dudo que Cartas haya tenido intenciones moralizantes, imposible, pero la vida y más el arte, tienen caminos insospechados. Que un europeo nos vea con interés exótico y sepa más que nosotros es normal, que nos entienda, nunca. La lista de grandes escritores que aquí han hecho libros memorables es larga. Pero muy a su pesar, al mezcal o a la cantidad de mole que hayan ingerido, como a los gringos, les resulta imposible atinar, saber qué somos o qué pensamos, para qué carajos estamos aquí. En los últimos años, algunos se han conformado con leer a Octavio Paz sin pasar por Samuel Ramos ni asomarse a Rubén Salazar Mallén y de este modo imaginan conocer al mexicano y lo mexicano. Al revés, los nacidos en esta patria morena y cursi, todo es fácil porque desde niños nos dieron historia universal, como para prepararnos un relativo ingreso en el primer mundo. Recuerdo que cuando llegué a París a estudiar el posgrado, los biznietos de los franchutes que padecieron una lección en Puebla, se asombraban de lo que yo sabía de su país, mientras que ellos nada sabían sobre el mío. Ni siquiera que Black Shadow había perdido la máscara a manos del Santo y que Blue Demon no pudo reponerse de la tragedia.
Pero me estoy poniendo solemne y el libro de Ricardo Cartas no la admite, al menos en sus formas más convencionales. Los personajes, sus héroes de bolsillo o mejor dicho, sus antihéroes, están muy logrados, los diálogos son veloces, como topes voladores de algún luchador eficaz y rudo. En “Maldecida” hay mucho de lo que digo: un lenguaje poco denso, espléndido y una historia grata, que destila ironía y dobles ideas. Cartas seleccionó como título del libro, el mismo nombre que le puso a su cuento “Tus zapatillas suenan a sexo”, imagino que aparte de ser un título afortunado, atractivo, se lo dio a la obra total porque lo considera buen relato. Tienes razón, es un texto construido como novela o con secuencias rápidas que mezclan de manera satisfactoria el diálogo y la narración. Es sin duda, uno de los mejores cuentos del libro.
Pero he hablado del Ricardo Cartas que medio conozco, de sus cuentos y los que más me llamaron la atención, así que como que llegó el momento de que cada lector sepa de sus historias, las haga suyas, diga cuál le gusta más y cuál menos o si le parece que todas tiene intensidad semejante. Es un libro notable que vale la pena leer. De cuantos escritores jóvenes conozco (y conozco bastantes a través de concursos, talleres y cursos, que me tocan), es de lo mejor, de lo más sólido: un escritor que ya trabaja con plena madurez y dominio de la literatura. Buena onda como amigo, espléndido compañero de aventuras nocturnas, buen funcionario universitario y ameno profesor, Ricardo Cartas muestra su mejor faceta, la del narrador. Con Tus zapatillas suenan a sexo (idea que me inquieta positivamente) ocupa un sitio destacado en las jóvenes letras mexicanas.

Sobre Los Suplicantes, René Avilés Fabila

Novela inquietante y novedosa. Los suplicantes de Ricardo Cartas, brilla por sus personajes y una trama inteligente. El escritor describe un mundo con frecuencia sórdido, de prostitutas, bares, tragos y reventones, que oculta algo mucho más profundo y sorprendente. La acción ocurre en una ciudad imaginaria, Perla, donde “tiran la piedra y esconden la mano”, es decir, donde reina la hipocresía. Sin embargo, bajo la superficie, hombres y mujeres desarrollan una vida intensa que quebranta los valores establecidos para darle sentido a su existencia. Julio, Medina, Ninón, Lulú, El Gordo, el Máster, Pérez, Teodoro, son algunos de los personajes que deambulan en un ambiente entre divertido, erótico y destructivo que tiene, desde luego, una intención crítica.


La prosa es aguda, las situaciones novedosas, los diálogos rápidos e incisivos. El narrador es capaz de meterse en un cuerpo femenino o en uno masculino con inteligencia y hacerlos verosímiles. El desenlace de la obra es intenso e inesperado: es el “entierro de los muertos” que hace un giro y nos regresa al hedor del principio, Perla pierde la inocencia, acaso fingida, y se hace cementerio enigmático.
                Hay en Ricardo Cartas un notable sentido del humor que oculta tragedias e inquietudes poco frecuentes. Los Suplicantes son los mismos personajes; los hay audaces y coléricos, rencorosos y malvados, asimismo existe una asombrosa y magnífica ligereza erótica en algunas mujeres.
                La presencia de la cinematografía nacional enriquece la novela. El argumento atrapa: personas que buscan su destino, titubeantes, hurgando en los bajos fondos de Perla, tratando a los misteriosos apóstoles que celebran ritos que desconciertan o mueven a risa. Matar a Pérez es uno de los objetivos para desentrañar no sólo los atroces secretos de la Ciudad de Perla sino para poner al descubierto más sus defectos que virtudes.
                Señalemos una característica del novelista: su asombrosa calidad y enorme capacidad de narrador, primer requisito de un buen prosista: cautivar al lector, no permitirle cerrar el libro. Hacía tiempo que no me encontraba un libro que me atrajera completamente, una novela novedosa, ácida, pesimista, que propone una nueva línea narrativa, original, lejos de las fórmulas que en México han dejado de funcionar.






Los suplicantes, de Ricardo Cartas, Arcenia Soriana

Ricardo Cartas, joven escritor de dos libros de cuentos: La noche de Karmatrón y Tus zapatillas suenan a sexo, dio a conocer en el mes de mayo pasado su primera novela titulada Los suplicantes.
                Acercarse a ella no es tarea inocente, pues luego de conocer los antecedentes de corte “Ultracostumbrista” del autor, esperamos un texto de naturaleza exploratoria o reveladora de una cultura, condimentado con humor, ironías y una prosa trabajada. Afortunadamente corremos con suerte, y así lo vemos desde el primer capítulo, en el que encontramos el inicio y final de la historia. Pero hay algo interesante, no estamos ante la novela que va dando pistas prontas que nos ayudan a comprenderla; en este caso, encontramos que nuestra técnica de lectura debe estar acompañada por la paciencia, pues entre un capítulo y otro aparentemente no encontramos una relación explícita, o cuando menos así es en las primeras partes de la novela. Poco a poco vamos descubriendo que la lógica de la historia corresponde al aspecto cronológico. Así que tenemos dos tareas: entender la historia y descubrir la complejidad de los personajes.
                Debemos de destacar que, más que de historia, se trata de una novela de personajes. La historia es un aspecto brumoso que sólo sirve de marco para el desarrollo de sus habitantes. Tan es así, que “Ciudad Perla”, el lugar en el que suceden las acciones, también es un personaje que se encuentra en medio de una transición importante. Metáfora del título, los personajes aspiran tener una historia y ser el centro de ella. El valor del relato radica en la intención de construir personajes redondos. Este aspecto es sin duda el más importante, no sólo hay una historia, sino la historia se conforma a partir de la vida de cada personaje. El gran logro de Cartas es este, desarrollar completamente a los personajes en el contexto de una sociedad y una cultura de la hipocresía, las jugadas bajo el agua y la traición.
                Otro aspecto destacable de este libro es el manejo del principal referente: “Ciudad Perla”, pues si el lector logra la asociación, comprenderá a Los suplicantes, como una novela que explora las formas socioculturales que se expresan en sus habitantes.
                El lenguaje es sórdido, reacio y fuerte, pues tales son las condiciones en el carácter de los habitantes para permanecer en su realidad y soportarla.
                Como se ve. Los Suplicantes piden y dan su propia historia para conformar el mundo de Perla.

Los suplicantes, de Ricardo Cartas, por: Patricia Gutiérrez-Otero y Javier Sicilia

Intensa prosa, tumultuosa, con frecuencia caótica, a veces descuidada, que, como medusa, atrapa: la belleza no es pura, está vida, como la verdad. En Los suplicantes (BUAP. Colección Asteriscos, 2008, 199 pp.)
Ricardo Cartas, joven escritor nacido en el año de gracia de 1978, autor de La noche de Karmatrón y Tus zapatillas suenan a sexo, e integrante del movimiento ultracostumbrista (www.unatheta.com), nos ofrece una novela corta que promete mucho. Además de cautivar la atención del lector, quien debe sortear el “no saber” en que el autor lo suspende con gran maestría y con múltiples guiños, y de evitar cerrar el libro a causa de, para algunos, la crudeza del mundo que devela y en la que, al inicio, Ricardo parece regodearse, Los suplicantes nos confrontan con la realidad del poder meternos de lleno en sus entrañas: desde el poder físico y sexual hasta el más terrible: el poder que se busca, se recibe, se actúa, y envuelve como una gran telaraña.
                Perla –aliteración de la ciudad a la que posiblemente se refiere, sin dejar de ser un lugar de ficción-, es una ciudad de ángeles y apóstoles y mafias y prostitutas y seres a los que el poder atrae y avasalla. Es un lugar emblemático de la corrupción. Eso, el autor no nos lo dice en las primeras páginas ni en las de en medio, quizá él mismo no lo descubre hasta el final. Las escenas son fuertes y huelen mal, los personajes, Bizuras, el Máster, Ninón, Julio/julia, los otros, se bosquejan al hilo de la narración: nunca se muestran totalmente. En esta novela un halo de pesimismo indica que todo es pantano del que nadie sale, ni siquiera el Bizuras. Los diálogos a veces confusos, como con frecuencia lo es, son inquietantes. Las situaciones de un bajo mundo que queremos  ignorar no son irreales: nos plantan ante algo que permanece en lo obscuro, como la ciudad en la que se vive una doble moral: Perla (de los ángeles).
                En realidad, la novela nos sorprendió por su factura imperfecta y real: lealtad a ella misma y a lo que los personajes viven; por el sobresalto de un capítulo a otro, la rapidez y el misterio de la narración (“la posibilidad de que todo lo que había pensado de los apóstoles pudiera desmoronarse”): por la profundidad de su crítica ante un estado de cosas, ante una realidad que se impone es esa ciudad aparentemente angelical: “había mucha mierda que les quemaba por dentro”; por su crítica política (en el correcto sentido del término) ante un mundo de poder en que, parafraseando a RIUS, coexisten en el mismo ser los súper y los agachados: “Un suplicante no se conserva en el poder solo, siempre necesita que alguien esté dando órdenes arriba, es un eterno juego de ajedrez, nosotros movemos las piezas, pero alguien nos mueve a nosotros […], un juego de titiriteros” (frase que no puede dejar de hacernos pensar en el caso de gober-precioso/kuri/Nacif/Calderón). Todo esto, en un ritmo vehemente, nos permite decir que es Los suplicantes vale mucho la pena ser comparada y leída. Es el grito crudo de un hombre ante una situación sin salida: “Quieres decir que hemos tirado nuestra vida a la mierda por mentiras”.
                Felicidades a Ricardo Cartas por su calidad, valor y honestidad.
                Además, opinamos que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se libere a los prisioneros de opinión, se limite el entrometimiento de las transnacionales en México, se investigue el crimen contra niños y mujeres en el país, se detenga la guerra sucia en Chiapas, se discuta a fondo el problema del Petróleo.

Revista Siempre! 3 de agosto de 2008, no.2877