viernes, 15 de julio de 2011

Una reseña de las Zapatillas, por Roberto Corea Torres



Por las implícitas e inherentes necesidades ¿orgánicas?, ¿instintivas?, ¿placenteras?, ¿curiosas?, de todo joven en edad de merecer, quien esto escribe, en sus años mozuelos, no hace tanto eh, tuvo la inédita experiencia de descubrir en la jungla colonial de esta dichosa urbe angeloide, el bar “Violentas”, como lo califica Ricardo Cartas en este su libro de cuentos Tus zapatillas suenan a sexo –ya en segunda edición-, porque el verdadero nombre de pila, del bar por su puesto, era Violetas, sólo que “los múltiples sillazos en cabezas de todo tipo, más las gotas de sangre embarradas en las paredes y la habladuría de os vecinos (dicen que cada noche, por lo menos, sale un cristiano con el coco ensangrentado), hicieron que entre los clientes bautizaran al antro con ese adjetivo más apropiado”. Y sí, en cierta medida el lugar encierra en su feudo lo que narra el autor.
                El bas de marras aquí referenciado, es complemento vital del relato La noche de Karmatrón, uno de los trece cuentos que componen Tus zapatillas suenan a sexo, del ya mencionado Cartas, “funcionario universitario y ameno profesor”, según las palabras del escritor chilango René Avilés Fabila, y se desarrolla en un ambiente de putas y luchadores, en donde prostíbulo y hotel de poca monta reavivan una atmósfera clandestina de una ciudad que de pronto se cree pura y santa ero conocida por los hombres de Puebla. Nadie se ha muerto por ir a un burdel ¿o sí? Por lo pronto una madrina sí se habrán llevado, y ésta es un poco relatada por las palabras del Cartas –así se conoce al narrador en el argot de kis escritores-, quien con desenfado y cierta ironía da cuenta de kis avatares de ciertos personajes que habitan algunas zonas de la angelópolis, no sólo en este cuento de luchadores sino que también en Equinoccio, hasta cierto punto una suerte de apología de la “bestia lanza espermas” de nombre Raúl, pero además la memoria nostálgica del hombre divorciado de su mujer Marcela, quien aparentemente curado de la mala relación matrimonial busca en otras mujeres los bálsamos necesarios para paliar la derrota sentimental, acaso vengar de cierta forma el género.
                La prosa de Ricardo es clara, franca, a veces me llega a recordar al infrarealismo de Arturo Belano en Los detectives Salvajes de Roberto Bolaño cuando no se detiene ni un ápice para nombrar las cosas y los asuntos como son, crudos, naturales, exentos de ornamentos, para nada oblicuos, como si con ello ejerciera la gran carga de rebeldía de un autor por dilucidar un entorno hipócrita del lenguaje, como queriendo decir –presumo hasta demostrar-:miren lectores esto es así y así se dice, no le tengan miedo al hablado ni a las situaciones de los seres humanos que se esconden o se muestran casi siempre atemperadas, yo se los cuento como lo siento, sin dejar de lado sus oscuros territorios.
                No se trata de aportar violencia lingüística sino contar diáfanamente, mostrar aquello que de pronto nos causa cierto choque, con un tono en el lenguaje a veces ácido, provocando, donde tripas y vísceras de las anécdotas no nos trasladan, digamos a pensamientos limpios sino más bien a lo grotesco, a lo retorcido.
                Parece que Ricardo, engarzado a la querencia con las vanguardias literarias, la de los estridentistas para ser más preciso, se interna pleno de intenciones desfachatadas en sus creaciones, lo platica Avilés Fabila en la presentación del libro, “está en lo suyo, en el ultracostumbrismo, que le encanta mencionar y que sólo él y sus cuates conocen o pueden definir y explicar”. Me pregunto que será ultracostumbrismo: ¿ña rutina magnificada y expiada a través de las palabras?, ¿la diatriba del lenguaje para expresarse pasando sobre las solemnidades?, ¿el encomio de las vulgaridades en el accionar de los humanos que todos estamos propensos pero que siempre tratamos de ocultar? No lo sé, amén de los apodos o títulos con que quieran nombrarse los autores, más allá de los implícitos movimientos revolucionarios dentro de la literatura, el lector de cuentos agradecerá siempre la eficacia narrativa, disfrutará las historias divertidas o no, pero entretenidas, cual es el caso de Tus zapatillas suenan a sexo, Cartas aquí se muestra como un autor que siembra avidez en sus seguidores, tiene dominio de la anécdota, pulsión por echar desmadre cueste lo que cueste, atrevimiento para internarse a lo erótico-porno sin detrimento del asunto estético y gobernar con soltura las historias de personajes extraídos de los infiernavit, de las comunidades clasemedieras llevando a quien lo lee hasta el término y dejándolo con buen sabor de boca con la expectativa de encontrárselo nuevamente.
                No por nada dos reconocidos narradores, como lo son el ya multicitado Avilés Fabila y el ucrónico Óscar de la Borbolla dan la bienvenida a Ricardo Cartas, convergiendo ambos en la opinión de que con los cuentos contenidos en Tus zapatillas suenan a sexo, se enfrentaron a textos escritos con soltura pero con intensidad. Cada uno de ellos tienen sus cuentos sus cuentos preferidos, personalmente a mi me atraparon Escuchando a Ninón, relato que abre boca y se convierte en manual terapéutico de una aprendiz de puta, quien se hace amante de Pérez, un tipo que sí sabía se mujeres y por tanto seduce a Ninón, la ninfeta nada perezosa que en la búsqueda de descubrimientos sexuales y los respectivos dividendos que deja soltar prenda a quien le conviene, explora la sexualidad mientras Cartas desplaza el itinerario en una inventada Ciudad Perla y Cuba proveyendo de situaciones bastantes subidas de tono –ya dije que la forma de narrar obedece a lo frontal, a lo insurrecto- con el propósito de evitar ka forma correctísima y mesurada para entrar en los terrenos  de la provocación y desde ahí rascar el humor y sacarle risas al más pintado.
                Me gustó también Tus zapatillas suenan a sexo, que da título al libro, por la interacción de los personajes, pero cómo Ricardo hace suscitar el encuentro carnal entre Ulises y Beti en una atmósfera plagada de domesticidad, de vida diaria, de luchadores, de familiares, aplicando el lenguaje cual es, nombrando, enganchando, poniéndolo al servicio de las imágenes, dando como resultado una historia que sacude un poco nuestra destartalada realidad.
                Tus zapatillas suenan a sexo proporciona además de entretenimiento la inmersión a los vericuetos sensuales incrustados en la cotidianidad, a los itinerarios de temáticas que se insertan en el atrevimiento a ver las otras aristas del ser, con desparpajo y con gusto.

(Revista Momenti, año XXVI, no. 1325, 7 de julio de 2011)